Claudia Cortéz

Donde quiera que Dios te haya plantado

Florece!!

Un día sali a caminar,

Un día de esos días grises, donde te sientes triste y melancólico, cuando te acuerdas de todos tus seres queridos, los que ya no están en este mundo, y de aquellos que por circunstancias de la vida tuviste que dejar atrás, al otro lado del mar, y que ahora se encuentran tan lejos…

Caminando por una calle desierta, me encontré con una flor… al principio pensé que alguien la había colocado allí, porque estaba totalmente sola, en medio de la nada, luego, al acercarme pude verla con mayor detenimiento, observando que había crecido del otro lado, que sorpresivamente su rama había logrado atravesar una cerca de esterilla, y una reja, pasando por un estrecho orificio, abriéndose paso y floreciendo al otro lado…

En ese instante, esa hermosa flor, al lucir su brillante y alegre color rojo, que contrastaba con el clima y todo lo que había a su alrededor, me dio una gran lección de vida, al ver como ella, pese su dificultad, fue capaz de abrirse paso, contra todo pronóstico con tenacidad, atravesando diferentes obstáculos, luchando con perseverancia, paciencia, fuerza y resiliencia, hasta lograr alcanzar su meta que era salir de allí…

Ese día esa flor me enseñó, que podemos quedarnos encerrados y atrapados por nuestros temores, dificultades y problemas, o podemos ser un poco como ella, luchar por salir y mostrar al mundo nuestros mejores colores, transmitiendo un poco de alegría y esperanza a los que pasen por nuestras vidas.

Ahora, cuando me siento un poco triste….cierro los ojos recordando aquella flor, y aunque se que ya no esta allí, siempre recordaré como me hizo sentir, enseñándome que es justamente, en las pequeñas cosas, donde Dios nos muestra que al final todo tiene un propósito en nuestras vidas.

Siempre pensé que eso de emigrar era para «VALIENTES», personas arriesgadas, que por diferentes razones decidían irse para buscar un futuro mejor para ellos y sus familias; También pensaba en aquellos jóvenes de corazón aventurero y espíritu libre, que querían conocer y recorrer el mundo en búsqueda de nuevas experiencias y aventuras.

Pero… casi nunca me detenía a pensar en aquellos a quienes emigrar era una cuestión de vida o muerte, aquellos a quienes huir, era la única alternativa posible para salvaguardar sus vidas y la integridad física de sus familias, aquellos quienes tuvieron que hacer rápidamente una maleta sin planear con ilusión que llevar, sino, empacando lo justo y necesario para poder escapar y sobrevivir.

Y mucho menos llegué a siquiera imaginar, que yo misma sería «uno de ésos», que llevarían en una sola maleta unas cuantas prendas y todos sus sueños, sus recuerdos, sus vivencias, experiencias, su vida y su corazón entero.

Te enfrentas entonces a un panorama aterrador, incierto, desconocido y desolador, pero sabes que no hay marcha atrás, porque no hay otra opción, entonces respiras profundo y te aferras a tu fe con la ilusión de que vaya pasando poco a poco el dolor que sientes en tu interior, y que ese nudo en la garganta vaya aflojando lentamente con el paso de los días, y las lágrimas ya no broten sin control…

Piensas todos los días en todos y todo lo que has dejado atrás, al otro lado del mar… pero sabes que tienes que ser fuerte y armarte de valor para seguir luchando porque solo puedes escoger una opción:

 

  1. Ver todo como una gran tragedia, y seguir siendo solamente una víctima de las personas, hechos o circunstancias que te hicieron sufrir y obligaron a desarraigarte intempestivamente de tu tierra, tu familia, tu trabajo y tus amigos, seguir cargando injustamente con todo ese dolor, esa rabia, impotencia y frustración, renegando de la situación actual y anhelando todos los días aquello que fue y ya nunca más volverá a ser igual…. O por el contrario, puedes elegir:
  2. Ver este cambio obligado de vida como un nuevo comienzo, donde Dios nos ha querido TRASPLANTAR, y darnos una nueva oportunidad, (esa que muchos de los nuestros ni siquiera tuvieron ni tendrán) una nueva oportunidad, la cual debemos aprovechar con RESILIENCIA para echar raíces y germinar en esta «nueva tierra» abonándonos día a día, con los nutrientes que él mismo nos dará, en forma de conocimientos, experiencias, personas, culturas, idiomas, sabores, olores y demás, hasta llegar a crear nuevas flores, frutos y semillas para aquellos que vendrán.